Si
la economía estudia el desarrollo desde la perspectiva de la producción de
bienes, su intercambio y la asignación de factores, la sociología analiza cómo
surgen las normas que rigen a las sociedades en desarrollo, cómo evolucionan
éstas y cuál es el papel de los movimientos y grupos sociales en tales
sociedades. Los enfoques políticos, por su parte, se centran en cómo los
pueblos establecen instituciones para organizar sus sociedades y de qué tipo de
instituciones
se
trata. Los factores políticos y sociales (incluida entre éstos la cultura) no
pueden dejarse de lado
en el estudio del desarrollo económico y, hasta cierto punto, lo condicionan de
manera decisiva.
Es
cierto que los economistas no acaban de dominar conceptualmente los conceptos
de crecimiento
y desarrollo económico, y que, en consecuencia, sus recomendaciones de política pueden
considerarse extremadamente cautas y, desde luego, insuficientes para la
resolución de un
problema de tal magnitud. Pero la economía neoclásica, basada en el
funcionamiento de los
mercados,
sí estipula una serie de recomendaciones claras en materia de política económica y estrategias
de desarrollo. El problema es que los modelos económicos suponen la existencia
de un
marco político y social homogéneo, neutral, estable y, en gran medida,
inspirado en el vigente
en
las modernas sociedades industriales o, incluso, postindustriales/postmodernas.
Sin embargo, la
dimensión política y social del desarrollo es, en muchas ocasiones, un elemento
clave en la
explicación
de los procesos de desarrollo o, en su caso, de no desarrollo. En África y en
el Mundo
Árabe, por ejemplo, numerosos analistas consideran la naturaleza autoritaria de
sus regímenes
políticos y la mala gestión económica de los mismos causas importantes de sus 33
fracasos económicos.